El tiempo

Recorro las calles de la ciudad para mentir al tiempo. Mi mente cansada no entiende que los relojes, esas agujas que se mueven sin cesar, nos imponen las reglas. Ante el parpadeo de mis pestañas dejo escapar segundos, segundos que completan mi agonía que resuena sin descanso en cada rincón. Pronto, me daré cuenta de que el tiempo no está en esa baratija con agujas que desnudo para que paren de sonar, de girar, para que pare el tiempo.

¿Qué son estas arrugas que descubro en mi piel violando así mi integridad? Dejaré mi voz exaltarse en el abismo, entre ruidos de mil voces, entre el ruido del tiempo.

El tiempo, ahora entiendo, está en mí, está en todo lo que veo, en todo lo que toco. El tiempo soy yo, y no me acuerdo de darle cuerda a mi espíritu gastado, ese que aún es joven y que a veces se olvida de ello. El tiempo vive en mí, retumba en cada paso sin sosegarse, sin detenerse, camuflado en los latidos de mi corazón. Sin tiempo no vivo, sin vida, no existe el tiempo.

 

Anteponer la razón al corazón.

No podía perder algo real por un deseo, pero tampoco podía contenerlo. No recordaba la última vez que fueron felices, al menos ella. Ahora lo era junto al deseo prohibido.

Decidió olvidar esa vida que no iría a ninguna parte, decidió esperar, hacer lo correcto deseando lo contrario. Dejar las alas quietas y no mirar atrás. Anteponer la razón al corazón. Cada mañana llora por dentro reprimiendo sus deseos, esparciendo pedazos de su alma por ningún lugar.

Tan solo fue un sueño que le ayudó a subsistir aquellos días. Hoy está de luto por su alma corrompida y en lo más hondo de su ser seguirá volando hacia esa playa que se imaginaron, suya, de nadie más. Cuando se vean en ese lugar solo ellos lo sabrán, amándose en silencio en la oscuridad.