Recorro las calles de la ciudad para mentir al tiempo. Mi mente cansada no entiende que los relojes, esas agujas que se mueven sin cesar, nos imponen las reglas. Ante el parpadeo de mis pestañas dejo escapar segundos, segundos que completan mi agonía que resuena sin descanso en cada rincón. Pronto, me daré cuenta de que el tiempo no está en esa baratija con agujas que desnudo para que paren de sonar, de girar, para que pare el tiempo.
¿Qué son estas arrugas que descubro en mi piel violando así mi integridad? Dejaré mi voz exaltarse en el abismo, entre ruidos de mil voces, entre el ruido del tiempo.
El tiempo, ahora entiendo, está en mí, está en todo lo que veo, en todo lo que toco. El tiempo soy yo, y no me acuerdo de darle cuerda a mi espíritu gastado, ese que aún es joven y que a veces se olvida de ello. El tiempo vive en mí, retumba en cada paso sin sosegarse, sin detenerse, camuflado en los latidos de mi corazón. Sin tiempo no vivo, sin vida, no existe el tiempo.