Deseo…

Todos pedimos un deseo una vez al año al soplar las velas. Yo pido más: al ver una estrella fugaz, una mariposa blanca, con una pestaña, al finalizar el año… A veces se cumplen y disfruto de esa felicidad momentánea, otras, espero con la misma ilusión a que esa lista de deseos se cumplan sin dejar de ser deseados. Los deseos y los sueños son todo lo que necesitamos para no desvanecernos cuando la vida nos quita la esperanza dejándonos desnudos ante ella.

El alma de nadie

Nadie nos dice que lo único que no nos pertenece es el alma y que el miedo más feroz es dejar las sombras atrás, apagar las luces y enfrentarse a los fantasmas. Pasamos años creando muros impenetrables sin dejar entrar la luz. Nos quedamos tras ellos sin darnos cuenta de que lo único que hacemos es dejar a los demás fuera  y a ti dentro. Nos olvidamos de jugar como si no hubiera mañana, hasta que comprendemos que no se trata de ganar o perder, sino de cómo jugar, y que al final, no es una carrera de ganadores sino de luchadores.

Sería más fácil si hubieran instrucciones para sobrevivir a uno mismo, es algo de lo que nadie parece hablarte y que nos toca aprenderlo solos. Pero a veces es bueno que no sea así porque si lo fuera, no podríamos ser únicos, equivocarnos, tropezar y volver a levantarnos apreciando lo maravilloso que es vivir sin saber que nos espera. No hay que olvidar que algunas cosas tenemos que aprenderlas tras caer una vez tras otra. Y así, en cierto modo crecemos, pero la mayoría de veces seguimos teniendo los mismos problemas de cuando éramos adolescentes, volvemos a lo de antes haciéndonos preguntas constantemente. No importa cómo seamos de fuerte, las heridas dejan cicatrices, nos cambian la vida.

Podemos elegir vivir la vida derribando muros o saltando por encima, aceptando que están ahí y siendo valientes para dejarlos atrás, enterrarlos junto a nuestro orgullo. Ser fuerte no trata de ser duro, si no de asimilarlo, y a veces, tenemos que permitirnos no serlo y ser personas.