Era una mañana de primavera. El sol lucía brillante. Después de preparar el desayuno y pensar que tenía que limpiar la casa, decidió salir a dar un paseo. Al cerrar la puerta, sintió como el sol le daba la bienvenida y el aire puro se metía hasta lo más profundo de sus pulmones. Caminaba, caminaba sin rumbo, siguiendo el ritmo del viento y el camino que el sol le iba abriendo. Caminaba por el placer de sentirse viva mientras a su alrededor, solo se veían personas corriendo con el piloto automático puesto. Era imposible no poder disfrutar de esa mañana, de los cantos de las aves, de las flores jugueteando con los rayos del sol, pero parecía que nadie más se daba cuenta. Las personas van con prisas, porque vivimos en la era del “llego tarde”, del “no me da tiempo”, “aquí y ahora”, “justo a tiempo” o peor aún, “si me da tiempo me llego y nos vemos, que hace un año ya…” pero nunca da tiempo.
Aunque ella se sentía con ganas de tener tiempo para disfrutar, para conversar, para sentir las cosas que merecen la pena en la vida. Hizo unas llamadas para poder compartir ese sentimiento con otras personas. Pero ninguna tenía tiempo. Y quizá tenga que ser así para sentirte parte de este mundo, parte de algo, para encajar. Porque parece ser que si tienes la oportunidad de disfrutar de la vida, eres una persona que no hace nada más que eso. Si tienes la oportunidad de ser feliz, eres una prepotente y egoísta, y si tienes las ganas de estar contenta con tu vida y eres capaz de valorarlo, eres una creída. Porque nos valemos por etiquetas, y así creemos que funcionan las cosas.
Así que la mañana se convirtió en una apuesta hacia la búsqueda de alguien con quien poder disfrutar de las pequeñas cosas que a veces están ahí y pasan por desapercibidas. Y no, no es que tengamos que vivir cada día así, pero a veces, solo a veces, hay que pararse y ver lo maravilloso que es la vida, tu vida, y saber que en unos segundos todo se puede desvanecer sin previo aviso. Y si no da tiempo, ya lo harás otro día, porque el tiempo perdido no se puede recuperar, y envejeces reprochándote cuántos momentos desaprovechaste en hacer otras cosas que podían esperar. Cuando te das cuenta, las personas que dejaste a un lado por esa falta de tiempo ya no están, ni el sol brilla igual, y tus amigos han cambiado. Y el sonido del lamento se convierte en tristeza. Aunque la primavera vuelve a florecer tus días, porque eso sí que vuelve. Y cuando estás cansada de lo mismo, aparece algo que te sorprende, y vuelves a ser niño. Aparece ese ser infantil que vive dentro de nosotros escondido porque lo adulto se apodera tanto de nuestra mente que nos quita las esperanzas de volver a ser niños.
Y con la cabeza llena de pensamientos siguió caminando. Justo cuando perdió el rumbo con la idea de que no podía curar a la sociedad de este engaño, su teléfono sonó. Un ápice de luz volvió a su corazón porque aun hay gente que siente que la vida es más que falta de tiempo, es más que dinero y trabajo. Es una actitud que poco a poco se va perdiendo. Hay que luchar por no convertirnos en robots, por no ser víctimas de la nueva era tecnológica, porque la sabiduría lo da el vivir, no solo estudiando en las mejores universidades. Y esa sabiduría, se adquiere saliendo al mundo y arriesgando el no tener tiempo. Y si quieres envejecer sin reproches, haz todo lo que puedas hoy, porque el ahora es lo que importa. El pasado, ya se fue, y el futuro, no lo puedes controlar ni elegir. Así que en tus manos tan solo puedes tener tu presente.
Y ella siguió su camino con sus reflexiones, el camino que la vida va dictando. Sin presiones y de la mano de esas personas que mienten al tiempo para dedicarlo a ser rebeldes y vivir sin reproches.
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