El mejor regalo

Un día gris, lluvioso, demasiado frío para ser finales de mayo. Detrás del cristal tan solo se oye el viento y las gotas tropezar. Me pierdo en el sonido de la melancolía, porque nos han enseñado que la lluvia trae tristeza y ahoga el alma. No hay nadie por la calle, tan solo huele a tierra y a lluvia oxidada. Llueve, como cada día desde hace una semana y esa tristeza intenta azotarme en la cara. Algunas veces consigue que duela, otras, roza mi mejilla y yo le pongo la mejor de mis sonrisas.

Un día gris para pintar de colores el cielo, dibujar pájaros y nubes con formas para inventar grandes historias. Y como las personas, el cielo necesita llorar y mostrar su bondad en la noche. Cuando llueve hay que agradecer al sol su existencia y disfrutar de la calma del día. Escribir cartas, cartas que ya nadie escribe y dejar atrás las tecnologías. El olor a papel y tinta es más auténtico que escuchar el ventilador de un ordenador barato. Y mientras vuelvo a un tiempo que ya ha pasado, escucho el Concierto no. 2 de Chopin para piano. Es entonces cuando siento que tengo el más bonito de los regalos y que pronto tendré a un bebé entre mis brazos.