El dulce semblante de la agonía acecha la esquina de mi cama en la fría noche. Al alzar la vista tan solo veo el movimiento del viento pasar. Mis pupilas me engañan al ver tu rostro contando cuentos e historias que hacían que mi mundo imaginario quisiera vencer al real. Enciendo la luz y me doy cuenta de que el sueño ha traspasado los límites. Intento dormir de nuevo pero tu voz no abraza a mi alma, ni tus manos rugosas dan calor a las mías. El tiempo pasa, como la vida, como la felicidad, y aún sigo echando de menos tu presencia. No basta con crecer, sigue siendo duro no poder disfrutar un poco más de ti. Poco a poco mi memoria olvida cosas, palabras, pero mi alma siente lo que se cree olvidado. Amar, forma parte de la tristeza que supone decir adiós. Nunca estamos preparados para despedirnos de un ser querido, por eso, nuestra memoria evoca sus espíritus y hace que sintamos cerca a los se fueron para siempre.